Agencias.- Cada migrante hondureño revela la cruda realidad que a diario enfrentan decenas de hombres, mujeres y niños que siguen intentand...
Agencias.- Cada migrante hondureño revela la cruda realidad que a diario enfrentan decenas de hombres, mujeres y niños que siguen intentando llegar a Estados Unidos pese a que cada vez más catrachos son víctimas de secuestradores y asesinos.
Las temibles bandas criminales no distinguen edades ni nacionalidades.
En cada migrante ven una oportunidad de obtener dinero fácil y lo siguen haciendo a pesar de los esfuerzos locales e internacionales por luchar contra ese flagelo.
Cada historia refleja sentimientos parecidos. Hay dolor y necesidad. LA PRENSA conoció en México la historia de varios hondureños que refugiados en las casas para migrantes son el testimonio vivo de una cruda realidad que hoy por hoy ha dejado a muchos compatriotas muertos, desaparecidos, secuestrados y asaltados.
Son sólo cuatro relatos de cientos, de miles que a diario quedan en el total anonimato.
Gabriela Argueta, Manuel Gonzales, José Vásquez y Andi Jiménez contaron sus historias y cómo se sobreponen al horror que vivieron. Independiente de ello, su meta sigue siendo llegar a los Estados Unidos.
Gabriela Argueta: “Sólo le pido a Dios que me deje llegar y sé que Él me protegerá”
Gabriela Suyapa Argueta es una capitalina que salió de Honduras el 30 de noviembre de 2010. Su recorrido, como el de muchos, no ha sido nada fácil. Su instinto, y muchas veces la suerte, la han mantenido con vida y ahora se refugia en la casa del migrante llamada Lechería, ubicada en el Distrito Federal.
Migración la ha detenido en dos ocasiones, en una de ellas dijo que era salvadoreña y la llevaron hasta La Hachadura, un punto fronterizo entre El Salvador y Guatemala. Desde allá logró regresarse, pero en un operativo policial nuevamente fue capturada y la despacharon a Honduras. Pese a todo estaba decidida a volver a intentarlo.
Ahora Argueta se encuentra en Lechería y dice que continuará el viaje. Está triste. En El Carrizal están sus cuatro hijos que son el motivo por el que decidió viajar a Estados Unidos. Ella era una trabajadora doméstica y lo poco que ganaba ya no ajustaba en casa.
“Me han devuelto varias veces, he estado presa, las autoridades me han sacado el dinero que he tenido. La ayuda de la gente me ha hecho seguir, yo quiero llegar a los Ángeles, y tengo la fe que llegaré. Andar en tren es un peligro, pero qué puedo hacer, no hay trabajo, en Honduras no se puede hacer nada y tengo cuatro hijos que criar”.
“Los encapuchados nos golpearon y quitaron todo”: Manuel Gonzales
El 3 de enero Manuel Gonzales salió de la Rivera Hernández de San Pedro Sula. Con cinco mil lempiras y esperanzas por un futuro mejor lo dejó todo. Darle una mejor vida a su hijo de año y medio es su sueño y ante eso ni los peligros lo detienen.
Ha cruzado buena parte del territorio mexicano y está seguro que Dios lo cuida y que le permitirá llegar a su destino. Lo encontramos desayunando en la casa del migrante en el estado de México y decidió contarnos parte de sus aventuras.
“Reuní en Honduras cinco mil lempiras y con ese dinero decidí venirme. Me asaltaron en Huixtla cuando llegaba a La Arrocera, varios tipos encapuchados nos sometieron a todos los que íbamos en el tren, nos quitaron el dinero y nos golpearon. Nada podíamos hacer.
Caminamos para llegar a Arriaga y en la casa del migrante La Misericordia nos ayudaron. Allí descansamos dos días y continuamos el viaje. En Ixtepec casi nos asaltan, pero el padre Solalinde nos ayudó. Hemos venido con miedo, sé que el peligro es grande, pero en Honduras no hay trabajo, si me ven en la calle piensan que soy delincuente, entonces cómo puedo darle de comer a mi familia”, cuestionó. Manuel se pone triste, pero agradeció a LA PRENSA por contar a la gente lo que ocurre y porque sabe que su familia se enterará de que está bien.
José Vásquez: “Nos secuestraron... fuimos golpeados y torturados”
La cicatriz que José Vásquez lleva en su rostro es el recuerdo que le dejaron los delincuentes que lo asaltaron cuando viajaba en el tren en Medias Aguas. Salió de Olancho el 6 de diciembre, había pasado Chiapas y Oaxaca y pensó que el peligro sería menor.
Sin embargo, cuando esperaba el tren fue sorprendido por hombres armados con gorros que les tapaban el rostro. Les robaron a todos, pero eso no les bastó; los hombres se los llevaron, los golpearon, los metieron a una camioneta y los llevaron a un rancho cercano a Coatzacoalcos en Veracruz. Cuando llegaron había cerca de 50 migrantes entre hombres y mujeres. Allí pasó José varios días, los hombres los golpeaban a diario.
“Desde que nos secuestraron fuimos golpeados y torturados, a todos nos pedían los teléfonos de las familias, pero como no los dábamos nos pegaban duro. En el camino conocí a un amigo que era de Guatemala y puedo decirle que fue mi ángel.
El hombre cuando vio que me quebraron la nariz y me rompieron la boca les dijo que la familia de él pagaría el rescate.
Pedían mil quinientos dólares por cada uno, pero accedieron a que entregáramos mil dólares por sacarnos a los dos. Herido llegué a la casa del migrante. Esta cicatriz es la prueba que me recuerda la crueldad de la gente que secuestra.
“Obedecimos, si no lo hacíamos nos habrían matado”: Andy Alirio Jiménez
Andy Alirio Jiménez dejó su natal Juticalpa en Olancho y decidió comenzar la aventura del viaje a Estados Unidos. Salió el 30 de diciembre, y su hermano lo acompañó. En el trayecto otros centroamericanos se unieron a ellos y recorrieron Guatemala para llegar a México.
Cruzar Guatemala fue el inicio de un calvario para Andy. Cuando estaban en Arriaga fueron asaltados, corrieron para defenderse, pero los alcanzaron varios hombres armados que los golpearon.
“Nos dijeron que camináramos, que nos fuéramos para el monte, obedecimos porque sabíamos que si no lo hacíamos nos mataban. En ese lugar a todos nos registraron, nos quitaron lo poco que llevábamos y muchas mujeres fueron violadas. Nos dejaron casi desnudos, ellos se fueron y se llevaron a unos cuantos. Para salir del lugar en la noche caminamos hasta que dimos con la casa del migrante. Mi hermano ante lo ocurrido decidió no continuar el viaje y me quedé solo. Yo estuve en albergue tres días hasta que nos dijeron que no había peligro.
Opté por no irme en el tren.
“Ha sido duro cruzar México, la gente que nos ayudó nos daba posada en casas abandonadas. Así la he pasado. Tengo dos hijos en Juticalpa y por ellos hago este sacrificio”.
Las temibles bandas criminales no distinguen edades ni nacionalidades.
En cada migrante ven una oportunidad de obtener dinero fácil y lo siguen haciendo a pesar de los esfuerzos locales e internacionales por luchar contra ese flagelo.
Cada historia refleja sentimientos parecidos. Hay dolor y necesidad. LA PRENSA conoció en México la historia de varios hondureños que refugiados en las casas para migrantes son el testimonio vivo de una cruda realidad que hoy por hoy ha dejado a muchos compatriotas muertos, desaparecidos, secuestrados y asaltados.
Son sólo cuatro relatos de cientos, de miles que a diario quedan en el total anonimato.
Gabriela Argueta, Manuel Gonzales, José Vásquez y Andi Jiménez contaron sus historias y cómo se sobreponen al horror que vivieron. Independiente de ello, su meta sigue siendo llegar a los Estados Unidos.
Gabriela Argueta: “Sólo le pido a Dios que me deje llegar y sé que Él me protegerá”
Gabriela Suyapa Argueta es una capitalina que salió de Honduras el 30 de noviembre de 2010. Su recorrido, como el de muchos, no ha sido nada fácil. Su instinto, y muchas veces la suerte, la han mantenido con vida y ahora se refugia en la casa del migrante llamada Lechería, ubicada en el Distrito Federal.
Migración la ha detenido en dos ocasiones, en una de ellas dijo que era salvadoreña y la llevaron hasta La Hachadura, un punto fronterizo entre El Salvador y Guatemala. Desde allá logró regresarse, pero en un operativo policial nuevamente fue capturada y la despacharon a Honduras. Pese a todo estaba decidida a volver a intentarlo.
Ahora Argueta se encuentra en Lechería y dice que continuará el viaje. Está triste. En El Carrizal están sus cuatro hijos que son el motivo por el que decidió viajar a Estados Unidos. Ella era una trabajadora doméstica y lo poco que ganaba ya no ajustaba en casa.
“Me han devuelto varias veces, he estado presa, las autoridades me han sacado el dinero que he tenido. La ayuda de la gente me ha hecho seguir, yo quiero llegar a los Ángeles, y tengo la fe que llegaré. Andar en tren es un peligro, pero qué puedo hacer, no hay trabajo, en Honduras no se puede hacer nada y tengo cuatro hijos que criar”.
“Los encapuchados nos golpearon y quitaron todo”: Manuel Gonzales
El 3 de enero Manuel Gonzales salió de la Rivera Hernández de San Pedro Sula. Con cinco mil lempiras y esperanzas por un futuro mejor lo dejó todo. Darle una mejor vida a su hijo de año y medio es su sueño y ante eso ni los peligros lo detienen.
Ha cruzado buena parte del territorio mexicano y está seguro que Dios lo cuida y que le permitirá llegar a su destino. Lo encontramos desayunando en la casa del migrante en el estado de México y decidió contarnos parte de sus aventuras.
“Reuní en Honduras cinco mil lempiras y con ese dinero decidí venirme. Me asaltaron en Huixtla cuando llegaba a La Arrocera, varios tipos encapuchados nos sometieron a todos los que íbamos en el tren, nos quitaron el dinero y nos golpearon. Nada podíamos hacer.
Caminamos para llegar a Arriaga y en la casa del migrante La Misericordia nos ayudaron. Allí descansamos dos días y continuamos el viaje. En Ixtepec casi nos asaltan, pero el padre Solalinde nos ayudó. Hemos venido con miedo, sé que el peligro es grande, pero en Honduras no hay trabajo, si me ven en la calle piensan que soy delincuente, entonces cómo puedo darle de comer a mi familia”, cuestionó. Manuel se pone triste, pero agradeció a LA PRENSA por contar a la gente lo que ocurre y porque sabe que su familia se enterará de que está bien.
José Vásquez: “Nos secuestraron... fuimos golpeados y torturados”
La cicatriz que José Vásquez lleva en su rostro es el recuerdo que le dejaron los delincuentes que lo asaltaron cuando viajaba en el tren en Medias Aguas. Salió de Olancho el 6 de diciembre, había pasado Chiapas y Oaxaca y pensó que el peligro sería menor.
Sin embargo, cuando esperaba el tren fue sorprendido por hombres armados con gorros que les tapaban el rostro. Les robaron a todos, pero eso no les bastó; los hombres se los llevaron, los golpearon, los metieron a una camioneta y los llevaron a un rancho cercano a Coatzacoalcos en Veracruz. Cuando llegaron había cerca de 50 migrantes entre hombres y mujeres. Allí pasó José varios días, los hombres los golpeaban a diario.
“Desde que nos secuestraron fuimos golpeados y torturados, a todos nos pedían los teléfonos de las familias, pero como no los dábamos nos pegaban duro. En el camino conocí a un amigo que era de Guatemala y puedo decirle que fue mi ángel.
El hombre cuando vio que me quebraron la nariz y me rompieron la boca les dijo que la familia de él pagaría el rescate.
Pedían mil quinientos dólares por cada uno, pero accedieron a que entregáramos mil dólares por sacarnos a los dos. Herido llegué a la casa del migrante. Esta cicatriz es la prueba que me recuerda la crueldad de la gente que secuestra.
“Obedecimos, si no lo hacíamos nos habrían matado”: Andy Alirio Jiménez
Andy Alirio Jiménez dejó su natal Juticalpa en Olancho y decidió comenzar la aventura del viaje a Estados Unidos. Salió el 30 de diciembre, y su hermano lo acompañó. En el trayecto otros centroamericanos se unieron a ellos y recorrieron Guatemala para llegar a México.
Cruzar Guatemala fue el inicio de un calvario para Andy. Cuando estaban en Arriaga fueron asaltados, corrieron para defenderse, pero los alcanzaron varios hombres armados que los golpearon.
“Nos dijeron que camináramos, que nos fuéramos para el monte, obedecimos porque sabíamos que si no lo hacíamos nos mataban. En ese lugar a todos nos registraron, nos quitaron lo poco que llevábamos y muchas mujeres fueron violadas. Nos dejaron casi desnudos, ellos se fueron y se llevaron a unos cuantos. Para salir del lugar en la noche caminamos hasta que dimos con la casa del migrante. Mi hermano ante lo ocurrido decidió no continuar el viaje y me quedé solo. Yo estuve en albergue tres días hasta que nos dijeron que no había peligro.
Opté por no irme en el tren.
“Ha sido duro cruzar México, la gente que nos ayudó nos daba posada en casas abandonadas. Así la he pasado. Tengo dos hijos en Juticalpa y por ellos hago este sacrificio”.
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