Un paseo por las maravillas ocultas de Vega de Alatorre

REGIONES / Cascadas, montañas, barrancos y vestigios de una cultura extinta con vista al Golfo de México. Aideth Ortega / Yajseel Álv...

REGIONES / Cascadas, montañas, barrancos y vestigios de una cultura extinta con vista al Golfo de México.

Aideth Ortega / Yajseel Álvarez / Vega de alatorre / Tras seguir las huellas de extintas civilizaciones prehispánicas que habitaron en el municipio de Vega de Alatorre, llegamos a lugares paradisíacos que invitan a honrar la majestuosidad de la naturaleza.

Decenas de montañas que se unen con el mar encierran el misticismo de los vestigios que culturas mesoamericanas dejaron para nosotros, entre una enorme variedad de flora y fauna que crece en acantilados y dan sustento a cientos de familias; lo que pocos han podido disfrutar.

La travesía inició al salir de Vega de Alatorre a invitación expresa de Emilio Pérez Alarcón, Director de Turismo del vasto municipio y de su auxiliar, Sergio Hernández Viera. Pasamos de largo en Emilio Carranza y a pocos kilómetros de ahí se encuentra la comunidad de Rancho Nuevo, situada a orilla de la carretera costera; de ahí nos dirigimos hacia la zona montañosa que vive permanentemente de frente al Golfo, entrando por el lugar conocido como Las Ruinas,.

Desde ahí la hospitalidad de la gente no se hizo esperar; nos encontramos con don Roberto Lagunes, un ganadero que a solas ordeñaba a Lupita, una de sus vacas consentidas, bajo la sombra de un árbol que los cubría del intenso sol.

Nos invitó a tomar el tradicional ponche de la ordeña, que se prepara poniendo un poco de alcohol o vino en un vaso con azúcar y leche recién salida de la ubre de la vaca. En este caso fue vino de Jeréz que se combinó con espumosa leche tibia, que nada le pide a un café capuccino.

Seguimos nuestro recorrido y pasamos por la comunidad de Juan Martín hasta llegar a El Bejuco, dos poblados que reflejan tranquilidad y un estilo de vida, que aunque sencillo y sin lujos, demuestra solvencia económica.

Ahí nos enteramos que la mayoría vive del campo, pero muchos jóvenes se han ido a los Estados Unidos en busca del sueño americano.

Uno de los puntos clave que visitaríamos era el Cerro del Mondongo, llamado así por generaciones anteriores debido a que en ese lugar era donde mataban venados y sobre la cima depositaban las vísceras para que los zopilotes las devoraran y no se contaminaran los manantiales y arroyo del lugar, según cuentan.

Caminamos unos 15 minutos entre lomeríos y llegamos al cerro más alto del lugar, donde se erige una cruz de madera que puede verse desde la planicie por donde pasa la carretera que nos condujo.

El Cerro del Mondongo se eleva a unos 350 metros sobre el nivel del mar, lo que hace que la vista sea espectacular; desde ahí pueden verse los poblados de la región.

Al noroeste, las lagunas de Las Higueras y Emilio carranza, un poco más a la izquierda está Vega de Alatorre; al noreste Laguna Verde, Santa Ana y de frente, unos 38 kilómetros de playa.

De repente una imagen digna de una postal surgió de entre la exuberante naturaleza que cobija todo tipo de animales exóticos: Tucanes, armadillos, mapaches, toches, zorros, tigrillos y una que otra víbora de cascabel; éstas últimas por lo general son cazadas por los lugareños para evitar ataques que pongan en peligro sus vidas.

En este lugar se podría acampar si se cuenta con el equipo necesario y, si se toman las precauciones debidas por la noche pueden apreciarse las embarcaciones chicas y grandes que cruzan las costas del Golfo de México en un espectáculo inolvidable.

Regresamos a El Bejuco y de ahí partimos al segundo punto que visitaríamos esta ocasión. Se llama Los Carmileños y junto con el Cerro del Mondongo y El Verdún están contemplados como una posible reserva territorial que fomentaría el turismo ecológico, ofreciéndole a los visitantes no solo playa, sino montaña y aventura.

Tuvimos que caminar entre cerros, lomas y maizales en plena quemazón luego de haber cosechado.

El terreno es accidentado y hay que transitarlo con mucho cuidado, ya que hay desfiladeros a ambos lados del camino que ponen la adrenalina al máximo.

“Caminen con cuidado y no vean hacia abajo, se pueden marear”, eran las recomendaciones de nuestros guías, a los que se había sumado ya don Federico Maldonado, un lugareño dueño del Cerro del Mondongo.

Sucios, cansados, con la sed que causa el agobiante calor y después de unos buenos resbalones en el trayecto llegamos a una milpa que cultiva Melitón Hernández Granados, quien se sumó también al recorrido.

Caminamos unos 200 metros más; para nosotros se multiplicaban a cada paso por las dificultades del terreno, pero sabíamos que al llegar al punto final del recorrido valdría la pena y con la promesa de Emilio y Sergio, de ver un paisaje fascinante todo lo demás quedaría atrás.

De repente el camino frente a nosotros se convirtió en un filo no muy ancho, de un metro talvez y en algunas partes un metro con veinte centímetros y barrancos de lado y lado.

Quedamos absortos ante la impresionante vista que tuvimos frente a nosotros. Algo similar a lo visto en el Cero del Mondongo pero ahora teníamos a nuestros pies, hacia abajo, dos enormes cascadas de por lo menos 150 metros de altura, que arrullan y dan vida al majestuoso paisaje escondido de las tierras veguenses, que resultaron ser propiedad de don Roberto Lagunes, el mismo que nos invitó el ponche y que sin saber con exactitud cual sería nuestro trayecto, nos trató con amabilidad y hospitalidad.

Preferimos sentarnos para prevenir algún accidente, pues nuestras piernas ya habían resentido lo pesado del trayecto. Era mejor descansar y convivir un poco con la naturaleza.

Ahí, el Director de Turismo nos platicó sobre el proyecto municipal de convertir en reserva unas 150 hectáreas de terreno, así como la construcción de un parque acuático en algún punto de la reserva, proyectos que redundarían en mayor turismo para Vega de Alatorre, pero sobre todo, se daría a conocer la cara oculta del municipio, que engloba también vestigios de culturas prehispánicas que habitaron cada uno de estos lugares.

Ya de regreso, en la milpa de don Melitón nos comimos unos elotes asados que nos supieron a gloria y tomamos agua fresca que nos reanimó y que recorre unos mil metros desde las alturas de un cerro a través de una manguera que abastece de agua el terreno.

Ahí mismo nos mostró unos cristales que abundan en la tierra y que afloran principalmente cuando llueve y se lava la tierra suelta; no sabe don Melitón de que son ni por que están ahí. Lo cierto es que en todos estos terrenos han encontrado muchas piedras de metate y muchos otros objetos que demuestran que ahí se asentaron grupos de personas, quizá hace cientos de años y que disfrutaron de todo lo que la naturaleza ahora nos brinda.

Toda esa zona es sede de pirámides en ruinas que pocos turistas conocen, ya que la gran mayoría visita Vega de Alatorre por sus playas, aunado a que administraciones municipales anteriores no se han interesado en rescatar y promover esta otra faceta de la región.

Esta zona fue probablemente un punto importante dentro del comercio de las tres culturas prehispánicas que habitaron en diferentes épocas en lo que hoy es Veracruz: los Huaxtecas, en el norte; los Totonacas, en el centro y los Olmecas en el sur.

Don Roberto Lagunes ordeñando a su vaca Lupita en el poblado conocido como Las Ruinas.

Vestigios de una pirámide construida por culturas prehispánicas. Se pueden contar por decenas y cada montículo ha sido destruido por la naturaleza y por la mano del hombre. El proyecto turístico del ayuntamiento de Vega de alatorre contempla, entre otras cosas, el rescate del lugar a través del INAH.

Vista panorámica desde la cima del Cerro del Mondongo.

Dos de varias quemazones de pastizales y otros plantíos con el mar al fondo.

El semanario ESPACIO y el portal de noticias, Crónica de Misantla al pie de la cruz que se vislumbra desde la planicie costera.

Rarezas de la naturaleza veguense.

Entre escasos metros de terreno, los habitantes de la montaña cosechan su maíz y otros productos. En el trayecto a Los Carmileños.

Propios y extraños observando la vasta naturaleza y los enormes acantilados.

En plena bajada a Los Carmileños entre tierra suelta y desniveles pronunciados.

Las cascadas en las faldas del Verdún. Aunque con poca agua por la temporada de calor, el panorama es impresionante, pues la caída de las cascadas oscila entre los 100 y 150 metros de altura. Imagen tomada con zoom digital y abarca parte de las cascadas.

Filo más peligroso del cerro, en el que se aprecia que la superficie no es muy amplia, lo que lo hace un lugar peligroso por los barrancos a ambos lados de por lo menos 350 metros de profundidad.

Amilio Pérez Alarcón, Director de Turismo municipal de Vega de Alatorre en uno de los tantos paisajes que el turismo local y foráneo puede disfrutar en familia.

Cristales encontrados bajo la tierra, de origen desconocido pero que llaman la atención de muchos. Son cristales planos por un lado y con lomo desgastado o rebajado en sus orillas por el otro. los colores van desde lo transparente hasta el negro.

Don Federico cortando los elotes que asarían para los visitantes. En este tipo de terrenos los lugareños realizan sus siembras y una hectárea puede llegar a costar hasta 25 mil pesos, según nos informaron.

Asando elotes con el intenso calor al regreso.

Emilio Pérez Alarcón, mientras explicaba el proyecto eco turístico para su municipio.

Melitón Hernández, dueño de unas 30 hectáreas del lugar en el intercambio de opiniones sobre las bondades de la naturaleza y contando sus andanzas y vivencias en la región.